Frente a un contexto de déficit hídrico en las principales regiones productivas del país, especialistas del INTA brindan una serie de recomendaciones. Caracterización de los ambientes, retraso de la fecha de siembra y elección de variedades resistentes, entre las estrategias destacadas para enfrentar los desafíos productivos.
Las principales zonas productivas de soja registran, por tercer año consecutivo, precipitaciones por debajo de lo normal, lo que se suma a una limitada agua almacenada en el perfil del suelo. Este contexto condiciona el normal desempeño de los cultivos, por lo que, desde el INTA brindan una serie de recomendaciones en la siembra de soja para estabilizar los rendimientos.
De acuerdo con Luis Pagnan –especialista del INTA Justiniano Posse, Córdoba– la actual situación en la región requiere un “replanteo de las estrategias comunes de siembra. Es decir, realizar una adecuada caracterización de los ambientes de producción en cuanto a calidad de suelo y agua disponible”.
Para esto, Pagnan recomendó “analizar el agua útil a dos metros de profundidad y la ubicación de las napas freáticas, las que –en algunos casos– pueden resultar en un aporte de agua importante durante el desarrollo del cultivo”. En esta línea, reconoció que, “en la región norte y sudeste de la provincia de Córdoba es frecuente encontrarse con perfiles con disponibilidad de agua relativamente baja en comparación con otras campañas de gruesa”.
Por su parte, Gerardo Quintana –especialista del INTA Las Breñas, Chaco– se refirió a este punto y especificó que, en el caso de que las precipitaciones de noviembre y diciembre no sean suficientes para recargar los perfiles, es importante considerar un retraso de la fecha de siembra.
“Así, –agregó– se podrá cumplir con el objetivo de acumular los mayores niveles de agua posible en los perfiles en vista a aumentar los índices de rendimiento”.
Pagnan coincidió con Quintana y detalló: “Esto permite ubicar el periodo crítico del cultivo más tarde, con una menor demanda atmosférica de agua y evitar la coincidencia con las máximas temperaturas de principios de enero”. A su vez, agregó que esto da lugar a reducir los riesgos de estrés térmico, cuya combinación con periodos de estrés hídrico pueden producir notables impactos negativos sobre el rendimiento.
Asimismo, Juan Enrico –investigador del INTA Oliveros, Santa Fe– dio un paso más y reconoció que estos planteos tienen como objetivo alcanzar la estabilidad y levantar el piso del rendimiento del cultivo. “Es necesario garantizar la acumulación de humedad en los perfiles ya que, de lo contrario, se limita la evolución del cultivo”, agregó.
Un problema, diversas estrategias
Además de demorar la fecha de siembra, los especialistas coincidieron en la necesidad de combinar este manejo con la selección variedades según el grupo de madurez y resistencia. “Esto contribuye a reducir el riesgo de ocurrencia de un estrés durante enero”, explicó Quintana.
Para la correcta selección, el INTA cuenta con la Red Nacional de Evaluación de cultivares de soja (RECSO), conducida desde el INTA Marcos Juárez –Córdoba–. Allí, se pone a disposición de los productores información estratégica de cada grupo de madurez, de la genética con mejor comportamiento, en cuanto a rendimientos y estabilidad para cada zona de producción.
Por otro lado, con respecto a la soja de primera, Enrico sugirió “atrasar la fecha de siembra y conservar el grupo de madurez del cultivar o conservar la fecha de siembra con un incremento del grupo de madurez utilizado habitualmente; por ejemplo, pasar de IV a V”.
Mientras que, para el cultivo de segunda, el objetivo tiene que ver con generar biomasa y darle la posibilidad a este de que crezca y atraviese la alta demanda hídrica de enero e inicios de febrero. Para esto, el especialista de Oliveros recomendó “levantar el grupo de madurez y posicionar el crecimiento vegetativo en ese momento, siempre en función de la fecha media de helada temprana de cada zona de producción”.
Otro aspecto a tener en cuenta, según los especialistas, es la adaptabilidad que presentan las diversas variedades que hay en el mercado. Esta estrategia brinda estabilidad y adaptabilidad de acuerdo con el potencial de rendimiento. “Así, será viable enfrentar situaciones en las que existe poca acumulación de agua o, incluso, se esperan pocas precipitaciones durante el ciclo del cultivo”, agregó Quintana.
Asimismo, el INTA busca determinar el índice de competencia de los cultivares con las malezas; lo que permitió determinar que la elección de variedades con mayor posibilidad de ramificación posibilita una óptima competencia con estas.
Fuente: Agrositio